Enero de 2003. Pergamino. Jardín de casa.
El día después Manu se iba a Gales, sin fecha de regreso.
Lejos. Lejos.
Tanto que no puedo verte, ni escucharte, ni abrazarte.
Donde termina el mar y la tierra vuelve a empezar. Del otro lado del mundo.
Donde el frío pinta todo de blanco mientras acá el sol derrite los helados.
Donde las estrellas se acomodan distinto y forman otros dibujos en el cielo.
Cuando no estás cerca viajás directamente adonde viven mis pensamientos, esa parte mía que nunca descansa.
Y ahí puedo verte: durmiendo con Sofi, jugando al golf con papá, abrazado por todos tus amigos, entrando a mi oficina cuando viniste de sorpresa.
Te veo. Cada vez más alto, con tus ojos chinos, tus alpargatas en “chancleta” y tus rulos rebeldes.
Y ahí puedo escucharte: haciendo reír a mamá con tus cuentos, cantando a coro con Bono.
Y ahí puedo abrazarte. Todas las veces que quiero. Tan fuerte como la última vez.
Aunque estés muy lejos.